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LOS ESCRITOS DE DISCÓBOLO

Sobre mi trasplante.

EL CORREDOR DE LA MUERTE

EL CORREDOR DE LA MUERTE

 

 

Siempre me ha intrigado lo que sienten los presos condenados a muerte, esos que se encuentran esperando su ejecución en lo que llaman “el corredor de la muerte”.

 

¿Pensarán en sus familias? ¿En lo que les ha llevado a esa situación en que se encuentran? ¿Sentirán pánico, terror a la muerte?

 

Supongo que habrá de todo —cada persona es un mundo—; incluso los habrá que deseen que la muerte les llegue lo antes posible. Nadie puede opinar, nadie puede saber lo que piensa, ni siquiera uno de ellos: yo sí, porque yo estoy en “el corredor de la muerte”.

 

Escrito antes del trasplante. 

 

JUSTOS POR PECADORES

JUSTOS POR PECADORES

 

 

A veces pienso, cuando puedo pensar, en pasajes de mi vida, en pequeños detalles que me sucedieron, en frases que oí, sobre todo de mi madre, sabia mujer donde las hubiese. Siempre tenía la frase precisa, el refrán adecuado…

 

Anoche, en el insomnio provocado por algo que no viene a colación, se me vino a la mente la frase tantas veces oída de boca de mi madre que, en las innumerables ocasiones que mi familia pasó dificultades, sobre todo durante mi más tierna infancia, ella decía sin cesar: “No preocuparos, que Dios aprieta, pero no ahoga”, o aquella otra de “Dios proveerá”, y que se fueron cumpliendo, yo creo más por la evolución de la vida y porque los hermanos empezamos a crecer y a aportar un sueldo a casa que por mediación divina…, o vaya usted a saber

                        .

Y yo, que en infinidad de ocasiones he puesto en duda la bondad de Dios, su misericordia, su sabiduría y justicia, e incluso su misma existencia, me hago las siguiente reflexiones: ¿Qué criterio ha seguido para apretarme? ¿No se ha dado cuenta de que al apretarme a mí, también lo hace con mi familia, con mis amigos? Y pienso que esta reflexión la harán millones de personas que lo estén pasando mal.

 

Posiblemente haya hecho daño a alguien, aunque considero que jamás ha sido intencionadamente, pero de lo que estoy seguro es de que mi familia no tendría por qué pagar mis errores, si es que esto se trata de un castigo por los errores cometidos. Así que si es verdad que esto es obra de un Dios, le pido que sea justo, que afloje un poco la mano y que no se cumpla la frase que decía mi madre de que “no nos mande Dios lo que podamos resistir”.

 

 

Escrito antes del traslante.

ALGUNOS DÍAS

ALGUNOS DÍAS
 
 
Algunos días...
 
                    ¿Para qué contarte…? 
 
                    Algunos días me cambiaría 
                    por la gente que ya ha traspasado 
                    esa puerta y se ha tirado en marcha 
                    de este mundo maravilloso. 
 
Algunos días...
 
                    Algunos días echaría sobre mis espaldas 
                    las cargas que no soporta la gente 
                    si a cambio pudiera 
                    deshacerme de la mía. 
 
Todos los días...
 
                    Todos los días envidio a gente como tú.
 
Escrita antes del trasplante.
 
 

 

E X P E R I E N C I A

E X P E R I E N C I A

 

Otra experiencia acumulada, y esta vez con varias vertientes, yo diría que con todos los ingredientes necesarios para considerarla enriquecedora y convencerme más de la filosofía empírica. Se trata de obtener respuesta a muchas preguntas que nadie puede responder con exactitud si no ha vivido esa experiencia en propia carne, aunque la misma situación será percibida de forma distinta, según la idiosincrasia del individuo.

¿Cómo explicar qué siente una mujer al dar a luz si cada una tiene una versión del hecho, e incluso una de cada parto? ¿Quien no haya estado en la cárcel, qué puede saber sobre las vivencias, sensaciones y sentimientos de un preso en sus horas de soledad? ¿Quién puede saber en qué estado se encuentra el cerebro de un soldado durante una batalla, o después de ella cuando va recordando, como  si visionara una película, los hombres que murieron?

Pero concretamente en este caso, a la experiencia que me refiero es el estar bajo los efectos de la anestesia y sedación durante diecisiete días, a veces oyendo lo que hablaban los médicos y enfermeras, como en aquella ocasión en que una se acercó al borde de mi cama y preguntó a su compañera:

¿Pero aún no ha muerto este hombre?

No me lo explico, tiene constantes vitales que no son compatibles con la vida.

Otras veces sufriendo alucinaciones que aún hoy me cuesta creer que no sucedieran de verdad, por la intensidad de las emociones sentidas.

... un paseo por un parque, posiblemente la Casa de Campo o el Retiro de Madrid, una fría mañana de otoño, pisando las hojas de los plátanos de sombra o falsos plátanos, caídas y mojadas por una suave lluvia ya desaparecida. Desde una perspectiva extraña veo mis botas, paso a paso, avanzar por la alfombra vegetal. Detrás de mí, como si se tratase de una película de dibujos animados, las hojas van cobrando vida y comienzan a seguirme con una danza grotesca. Los bancos del parque imitan a las hojas y comienzan su caminar en forma de cortejo, o como roedores en pos del flautista de Hamelín. Al pasar junto a la verja del parque, las puntas de las picas se van transformando en gentleman ingleses que me saludan tocando con la mano el ala de su bombín mientras realizan un leve movimiento de cabeza. De fondo, una relajante música de Santana que, con su clásico punteo, ameniza la acción que se desarrolla, sólo rota por la aparición espontánea de franjas de colores fosforitos, de esos que dañan la vista y perturban el cerebro y que se pueden anular cerrando los párpados con fuerza, para recuperar la armonía de la alucinación.

 

... otro paseo, éste aún más insólito por mi condición de agnóstico convencido, es el que realicé al otro lado de la frontera que separa la vida de la muerte; es decir, crucé la orilla blanca y la orilla negra para adentrarme en un espacio donde jamás estuvo nadie, y si lo hizo no volvió para contarlo. Efectivamente, era un río, un río que crucé sin sentir en mi cuerpo (¿era mi cuerpo?) la humedad de sus aguas y donde de repente me encontré en un paraje inhóspito y cubierto de una bruma baja, hasta el punto de que mis piernas, a partir de las rodillas hasta el suelo, estaban difuminadas, dándome la sensación de levitar, por lo que mis pies no tocaban una superficie sólida.

Algo en mi interior me decía que estaba "en las puertas del cielo", pero no veía a nadie, a pesar de mi deseo de estar equivocado y tener la posibilidad de encontrarme con los miembros de mi familia fallecidos. De repente, al girar la cabeza, vi a mi hermano y me dirigí a él, pero no quiso hablar conmigo, giró la cabeza y emprendió una lenta marcha hasta desaparecer en aquella especie de niebla. Me quedé desolado después de las veces que tuve que suplicar para poder morir y librarme de aquel sufrimiento interminable donde apenas podía respirar, ya que los tubos en la boca y una sonda nasogástrica en la nariz me lo impedían, sin contar que permanecía atado a la cama cual prisionero peligroso, aunque yo, en mi alucinación, me veía crucificado y me sentía víctima de unos sádicos que pretendían acabar con mi vida por el solo placer de experimentar qué se sentía al quitar la vida a un hombre haciéndole pasar por toda clase de torturas.

Allí, en las puertas del cielo, sólo, desconcertado y esperando acontecimientos, sentí que alguien se ponía en contacto conmigo telepáticamente, y me dijo:

No puedes acceder aquí, los padres  de Conchi han suplicado por ti, y el hecho de que tu mujer perdió a su padre con sólo ocho meses de vida, su hermana murió sin haberla podido conocer, después fue su abuelo y por último su madre, sería demasiado duro que ahora se quedase sin su marido. Así que no morirás en esta ocasión.

No hubo más comunicación; sentí que me trasladaba a una velocidad de vértigo hasta encontrarme de nuevo atado, entubado e inmerso en aquel estado de desesperación que me producía aquella especie de "coma anestésico". Durante el tiempo que permanecí atado a mi "cruz", en posición horizontal de cúbito supino, observaba una bóveda donde divisaba a lo lejos un enorme crucifijo que se me antojaba de oro. En mis momentos de desesperación, yo, que, repito, soy agnóstico convencido, aunque quizá en algún lugar oculto de mi subconsciente se encontrase aletargada aquella formación religiosa que mi madre se encargó de inculcarme, me dirigía a aquel crucifijo para pedirle la muerte. Cada vez que se producía una petición el crucifijo comenzaba a girar en un movimiento de rotación, mientras que del mismo se desprendían cientos de cruces pequeñas que iban girando, esta vez con movimiento de traslación, e iban descendiendo hasta clavarse en mi pecho, lo que me producía la muerte; oía los estertores dos veces y dejaba de respirar, pero mi mente seguía sintiendo que continuaba vivo, y esta escena se repitió siete veces.

En otra ocasión me vi flotando en un inmenso espacio etéreo, gozando de una completa ingravidez que me permitía, cual astronauta en su nave, trasladarme a voluntad sin ningún tipo de esfuerzo. Pero no estaba solo, había más personas desplazándose como meteoritos en el espacio estelar. De repente, a lo lejos, diviso innumerables seres extraños que se dirigen hacia mí a gran velocidad, como atraídas por un zoom instalado en mis ojos. A unos cuantos centímetros de mis ojos frenan bruscamente y sus caras comienzan a desformarse, cerrándoseles los ojos, oídos y fosas nasales hasta el punto de desaparecer y adquirir una forma amorfa, como una patata.

Cuando consigo huir, atravesando los cuerpos de aquellos entes, me doy cuenta que puedo ver en una oscuridad absoluta; sólo con cerrar los ojos todo se ilumina, veo las formas y los movimientos, pero no consigo saber qué quieren de mí aquellos rostros inexpresivos y tampoco reconozco a ninguno.

Y de nuevo volver al calvario de estar atado y entubado, esperando y deseando una nueva alucinación que me liberara de aquella situación.

 

Estos son tres pequeños ejemplos de las muchas historias que "viví" durante mi viaje por los recovecos de mi cerebro, empujado por las drogas legales que me suministraron, hasta el día que oí una voz enérgica que me ordenaba:

José, despiértese ya. Lo hemos operado y todo ha salido muy bien.

Abrí los ojos y me encontré en una UCI. Quise decir algo, pero no pude articular palabra porque la traqueotomía que me habían practicado me lo impedía. En ese instante comenzaba otro duro período. Algún día continuaré relatando mis vivencias..., o no.

 

 

PENA DE MUERTE

PENA DE MUERTE

—Bueno, doctor, qué es lo que dicen mis pruebas.

—Voy a ser franco con usted, la cosa está muy complicada. En otras palabras, le queda muy poco tiempo, pero procuraremos que su calidad de vida sea lo mejor posible hasta el desenlace final.

—¡Qué lástima!, de haberlo sabido cuando aún estaba fuerte, hubiese matado a alguien para que me condenaran a muerte: por ejemplo, al padre que violó a su hija de ocho años y al juez que redujo su condena alegando que sólo eran abusos deshonestos porque la niña no opuso la resistencia debida. Claro, antes de matarlos los caparía a los dos.

—No sea bestia, hombre. Además, en España no existe la pena de muerte.

Y dígame: ¿por qué quiere que le condenen a muerte?

—Me ilusionaría que me preguntaran eso de “¿cuál es su última voluntad?”

—Y ¿cuál es su última voluntad?

—Follarme a una funcionaria.

—¿Estatal o autonómica?

—Autonómica, naturalmente. Son más liberales y están más buenas.

—¿Cómo puede hacer esa afirmación?

—En el prostíbulo que frecuento, la mayoría de los clientes somos maridos de funcionarias estatales.

—La elegiría usted o sería voluntaria.

—Yo elegiría entre las voluntarias.

—Me tiene alucinado, le acabo de comunicar que le queda poco tiempo de vida y usted se pone a frivolizar.

—Lo hago porque no me afectan sus palabras. Yo tengo un gran dominio sobre mi mente (¿o es al revés?) y puedo autosugestionarme hasta el punto de que me extraigan una muela sin anestesia sin sentir el más mínimo dolor; puedo imaginar algo y hacerlo tan real en mi mente que sienta todas las emociones y sensaciones de lo que imagine...; en fin, yo soy un espíritu portentoso encerrado en un cuerpo de circunstancias.

—¿Dónde ha nacido usted?

—En Urano.

EL CORREDOR DE LA MUERTE

EL CORREDOR DE LA MUERTE

 

Siempre me ha intrigado lo que sienten los presos condenados a muerte, esos que se encuentran esperando su ejecución en lo que llaman “el corredor de la muerte”.

 

¿Pensarán en sus familias? ¿En lo que les ha llevado a esa situación en que se encuentran? ¿Sentirán pánico, terror a la muerte?

 

Supongo que habrá de todo —cada persona es un mundo—; incluso los habrá que deseen que la muerte les llegue lo antes posible. Nadie puede opinar, nadie puede saber lo que piensa, ni siquiera uno de ellos: yo sí, porque yo estoy en “el corredor de la muerte”.

 

 Escrito antes del trasplante.

 

MI BATALLA

MI BATALLA

 

¿Por qué se nos hace tan difícil comprender el misterio de la Santísima Trinidad? ¿No es más difícil entender que una persona nazca tres veces en su vida?

La primera vez fue, en un mes de julio caluroso, hace ya muchos años, tantos que a veces pienso en qué he utilizado todo ese tiempo. El alumbramiento se produjo en un hospital donde mi madre tuvo que acudir sola porque mi padre se hallaba lejos trabajando y no pudo acudir con su mujer, o quizá sí que pudo y era más cómodo

no hacerlo, total, quien tenía que parir era ella, no él; o puede que ya había tenido tantos niños que no sería muy importante acompañar a mi madre al nacimiento de su quinto hijo… ¡qué más da uno más! (menos mal que, como dicen los taurinos, “no hay quinto malo”).

 

Así que mi madre, con su hijo en los brazos lo primero que hizo fue dirigirse a una iglesia para que me bautizaran, pero sin padrinos: ella sola. Empezaba bien mi vida, llena de lujos de todo tipo. Una pareja de niños que jugaban en la calle fueron mis padrinos, apuntando en el registro los nombres de mis dos hermanos mayores, que desde que se enteraron que eran mis padrinos, cada aniversario del bautizo me agasajan y me hacen regalos, cada año sorprendiéndome con algo distinto. Regalos de esos que emocionan, es decir, un año nada y al siguiente, menos.

 

La segunda vez fue en agosto de 1986, cuando “nací” en un quirófano del Hospital General Militar de Madrid; fue una operación de un tumor canceroso, que junto con el intestino grueso amputado pesaba cuatro kilos. La operación fue “a vida o muerte”, ya que el tumor había provocado una peritonitis. Le pilló conmigo a mi mujer sola, y tuvo ella que dar la autorización para poderla llevar a cabo. Al final de la operación, las primeras palabras que le dijeron a mi mujer fue que su marido “acababa de nacer”.

 

En enero de 2000 fui al médico porque me cansaba al subir las escaleras. Después de hacerme las pruebas el neumólogo me dijo que tenía una fibrosis y que la media de vida era sólo de tres años: el 2003. Esta fecha se convirtió en mi tercer nacimiento. Así que he nacido en tres ocasiones, y eso sin contar un “aborto” que tuve con cuatro años cuando me operaron de anginas y tuve una severa hemorragia, aunque ya no los cuento, porque cada insuficiencia respiratoria que sufro, y que son cada vez más a menudo, son más peligrosas que los abortos.

 

Si llegan a tiempo esos pulmones que espero y soy trasplantado con éxito, entonces sí que “volveré a nacer” una vez más. Y yo me pregunto: ¿tendré siete vidas como los gatos? Si es así, es para estar tranquilo porque aún me quedan cuatro por vivir, y si no, alguna vez tiene que ser y todos vamos a pasar por ahí.

 

Así que aquí estoy esperando acontecimientos, y deseando que lo que tenga que suceder, sea rápido, porque la espera es muy dura.

 

Escrito antes del trasplante.

 

 

 

ÉRASE UNA VEZ...

ÉRASE UNA VEZ...

 

No puedo escribir hoy nada alegre o divertido, porque mi cabeza sólo está en disposición de narrar algo así como un diario de una muerte anunciada y espaciada en el tiempo de forma inútil y absurda, a forma de castigo a las personas que me quieren, porque para mí morir sería un descanso, un alivio, una evasión y un escape hacia un mundo de paz, supongo. Sería librarme del sufrimiento constante y machacón, difícil de vencer aun poniendo toda mi voluntad en un positivismo, inoperante ante la obviedad.

 

Solamente unos cuantos “elegidos” tenemos la desventaja de ver llegar el fin de nuestros días y hacerlo en un perfecto estado de facultades mentales, y, por tanto, conscientes de todo lo que acaece en nuestro organismo, sin necesidad de ningún tipo de escáner para ello. Nuestra mente recibe, en tres dimensiones, las imágenes del órgano dañado, y su lento pero inexorable deterioro hasta alcanzar el cese de la función para la que fue concebido.

 

Cuántas veces, simulando aquella película, que creo que se llamaba Viaje alucinante, donde se reducían hombres y submarino a un tamaño casi celular y se introducían dentro de un cuerpo humano, o la serie para niños de Érase una vez…, me he introducido en el interior de mi cuerpo y al llegar a los pulmones he exclamado: “¡Esto no hay quién lo arregle, esto es hormigón!”.

 

La fibrosis no detiene su marcha y se va extendiendo por los pulmones como una mancha de aceite. Es la marabunta o un banco de pirañas hambrientas y empeñadas en acabar por engullir su presa, pero todo proyectado a cámara lenta.

 

Y ya, viéndome tan cerca del final del camino, no me queda el ánimo ni la fuerza suficientes para pronunciar ni una letanía en forma de lamento desgarrador, ni una plegaria, ni una oración. Ni siquiera preguntar un ¿por qué? Ya sólo la esperanza de que los acontecimientos venideros no sean tardos en su desarrollo y concluyan sin necesidad de prolongarse más este sufrimiento que, como una maldición vengativa, cayó, quiero pensar que por azar, sobre mi familia y amigos.

 

A veces quisiera creer, creer que hay un otro lado donde me esperan mis padres y mi hermano Miguel, y donde yo esperaré, quisiera que fuese por mucho tiempo, al resto de mi familia y de mis amigos. Que existiese una continuación de esta vida, pero sin las injusticias y desigualdades que existen en este Mundo. Donde no haya privilegios para nadie. Quisiera que hubiese algo que justificara el paso por esta vida. Pero, desgraciadamente, no creo que un Dios pueda ser tan injusto, que en un punto insignificante del Universo haya puesto un planeta lleno de seres con entendimiento para comprender su sufrimiento, pero sin conocimiento del por qué.

 

Escrito antes del trasplante.