EL CUERVO
Un lunes por la mañana apareció en mi lugar de trabajo uno de los aprendices con una caja de zapatos en la mano.
—Menudo bocata traes hoy, Benjamín.
—No es un bocata, es un pájaro que encontré en la Casa de Campo y mi madre no quiere tenerlo en casa.
Abrió la caja y allí había un simulacro de pájaro, sin plumas, recién salido del cascarón y feísimo. Yo estaba soltero y decidí criar al pobre pajarillo.
Antes de llevarlo a casa pasé por el bar del barrio donde nos reuníamos a tomar unas cervezas. Enseñé el ave a mis amigos y un señor mayor me dijo:
—Chaval, eso es un cuervo.
Seguidamente me informó de la forma de alimentarlo, aunque me aconsejó que lo tirara a una papelera. Por supuesto no le hice caso en lo de tirarlo a la papelera y lo subí a casa. Todos los días lo alimentaba con exceso: primero, pan mojado en leche, higadito de pollo muy picado, etc., hasta ponerle el buche que se caía hacia delante cuando intentaba andar.
Lo bauticé con el nombre de “Judas” y el cuervo fue creciendo. Lo enseñé a volar y lo llevaba encima del hombro, donde siempre volvía después de revolotear. Me acompañaba a mi trabajo donde surcaba la nave de punta a punta y me causaba más de una discusión con mis compañeros a causa de sus cagaditas.
Llegó el día soñado. Mi novia, la que hoy es mi mujer, por fin iba a subir a mi piso: yo me relamía pensando la tarde que me esperaba. Al abrir la puerta, “Judas” revoloteó hacia mí para darme, como siempre, la bienvenida. Ella dio un grito espantoso que se confundió con el portazo.
—Agggggg, qué pájaro tan horroroso: es un cuervo, y los cuervos son pájaros de mal agüero. Hasta que no te deshagas de él no entraré en esta casa.
Esa noche no dejé de pensar ni un momento en su ultimátum: “el cuervo o yo”. Tuve que regalárselo a una amiga.
A veces tomamos decisiones equivocadas.
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