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LOS ESCRITOS DE DISCÓBOLO

HISTORIA CON DOS FINALES

HISTORIA CON DOS FINALES

 

 

 

Serían las 0,30 horas, la actividad era frenética en los talleres del periódico; todos sabían su cometido y lo desarrollaban con profesionalidad, aunque, a decir verdad, una mezcla de nerviosismo y orgullo los embargaba. Ese día era el elegido para el nacimiento de un nuevo diario de tirada nacional y tenían la responsabilidad de que todo saliese perfecto. Las linotipias  “Electrones” no paraban de escupir las últimas líneas de los artículos y noticias que debían aparecer en ese primer número.

 

Julián, uno de los linotipistas encargados del cierre de la sección de “Internacional”, empezó a sentirse mal, un leve mareo y un “nudo” en el estómago le impedían rendir a la altura que las circunstancias requerían en aquel momento. Se dirigió al jefe de sección y le comunicó su malestar. Éste le dijo que abandonara el puesto de trabajo y se fuese a casa. Julián se resistió porque era una ocasión muy especial en su vida profesional, pero su estado empeoraba por momentos y no tuvo más remedio que abandonar los talleres.

 

Se desprendió de su bata de trabajo, se puso el abrigo y se dirigió a los ascensores que le conducían al garaje donde tenía aparcado el coche. A pesar de sus cuarenta años era un hombre deportista, había sido subcampeón de tiro de precisión con arma corta y aún participaba en torneos de tenis para aficionados.

 

Entró en su coche y se dirigió a su casa. Quitó la calefacción, a pesar de que corría el mes de enero y Madrid sufría un invierno durísimo con temperaturas de varios grados bajo cero. Pensó que el frío le despejaría la cabeza. Tuvo que aparcar a dos manzanas de distancia de su domicilio y comenzó a andar despacio, hasta llegar a su portal. Tenía razón, el frío le había despojado de la presión y se sentía bastante mejor.

 

Abrió con parsimonia el portal, se dirigió al ascensor, se introdujo en él y pulsó el botón del piso 14. Mientras subía, por su cabeza pasaban un sinfín de pensamientos, entre ellos el de volver al periódico. De repente el ascensor paró y las puertas se abrieron. Se encontraba en la puerta de casa y pensó no hacer el más mínimo ruido para no despertar a su mujer, que dormiría plácidamente.

 

Así lo hizo, cerró la puerta tras de él con sumo cuidado y fue directamente al dormitorio sin encender las luces, guiándose en la oscuridad por la luz de su encendedor. De pronto notó que por debajo de la puerta de su dormitorio se veía una raya de luz. Pensó que su mujer estaría desvelada y quizá leyendo algún libro, pero, al acercarse, oyó unos jadeos que lo dejaron petrificado.

 

La sangre le ardía, en su estómago notó una presión que le producía náuseas. Su primera intención fue derribar la puerta y asesinarlos a los dos. Le temblaban las piernas, las manos. En su mente se produjo una lucha de ideas contradictorias sobre lo que debía hacer. Intentó calmarse. Se dirigió a su cuarto de trabajo, abrió uno de los cajones de su mesa, y, del fondo, debajo de una carpeta, sacó una pistola del calibre 22 que él utilizaba para tiro de precisión. Cogió un cargador que tenía repleto de balas, y, con las manos temblorosas, introdujo el cargador en el arma y alojó una bala en la recámara.

 

PRIMER FINAL

 

Ya no pensaba, el rencor y el dolor que sentía le impedían pensar, pero, haciendo un esfuerzo, consiguió calmarse. Se dirigió al dormitorio, abrió la puerta de golpe y allí se encontró con una escena que jamás se le había pasado por la imaginación que un día podría verla. Su mujer dio un grito y el amante no podía articular palabra. Julián, con lágrimas de dolor y rencor en los ojos, permanecía de pie apuntando con su arma a la adúltera y a su amante.

 

Éste temblaba y sólo llegó a decir:

 

—No sabía que estaba casada.

 

La mujer, por su parte, intentando cubrir su desnudez, le dijo:

 

—Julián, por favor, guarda la pistola, vamos a hablar, haré lo que quieras.

 

Julián ni los oía. Sin dejar de apuntarles con la pistola, se dirigió al balcón, lo abrió y el tremendo frío invadió la alcoba.

 

—Salid los dos al balcón, pero sin nada de ropa, tal y como estáis.

 

La mujer intentó protestar, pero Julián la atajó:

 

—Si vuelvo a oírte dispararé contra los dos.

 

No tuvieron más remedio que salir a cinco grados bajo cero y desnudos.

 

Julián cerró la puerta del balcón, echó todas las cerraduras de la puerta de entrada de la calle, desconectó el teléfono y se dejó caer abatido en un sillón con la cabeza entre las manos. Así permaneció, sumido en sus pensamientos, hasta que el estruendo de la puerta de entrada, derribada por los bomberos, le hizo reaccionar. Detrás de los bomberos aparecieron la policía y los servicios del SAMUR; unos para detener a Julián y otros para retirar a dos personas que se encontraban en el balcón, fallecidas por hipotermia.

 

Jamás volví a ver a Julián.

 

SEGUNDO FINAL

 

Se dirigió al dormitorio. Julián amaba profundamente a su mujer, incluso en esa situación no la culpaba a ella, sino que pensaba que toda la culpa era de ese indeseable que había engañado a su esposa. La perdonaría; cambiaría, si fuese necesario, su profesión para no dejarla sola de noche; empezarían una nueva vida olvidando el incidente, pero él, ese hijo de puta que había osado acostarse con su mujer tenía que pagarlo... y lo pagaría.

 

Abrió la puerta mientras sujetaba la pistola con las dos manos. La mujer dio un salto y salió gritando de la cama. El amante permaneció paralizado, sin reacción... no sabía qué hacer, sólo intentó vestirse rápidamente, pero no le dio tiempo. Un primer disparo le destrozó su rodilla derecha. Gritaba de dolor cuando recibió un segundo impacto en la otra rodilla, un tercero en la articulación del codo izquierdo y el cuarto en el codo derecho.

 

Julián sabía dónde disparar y no falló. Quería dejarlo paralítico, que pagara con creces lo que le había hecho, matarlo sería poco castigo. Cegado por la ira, y pareciéndole poco, la emprendió a golpes contra el herido. Después le colocó cuatro torniquetes para evitar que se desangrara y salió corriendo de casa antes de que la policía llegara.

 

Deambuló por las calles hasta que abrieron los bancos. Retiró todo el dinero y desapareció. Pero era tanto el amor que sentía por su mujer que la llamó para que se reuniera con él. Ése fue su error, la policía tenía intervenido el teléfono.

4 comentarios

leonsolitario -

Dile que la quiero y dale un beso de mi parte...tu que vas a verla hermano mio.
No te olvidaré.

Margot -

Podría añadir algo más a esta, última historia. Pero, como es normal en mí, hoy no se me ocurre nada, continuo siendo el pequeño desastre que tú conociste. Como siempre, hoy también, he llegado tarde, pero eso, lo sabemos tú, allá donde estés, y yo, y poca gente más...

Gracias por tu amistad... por los momentos en que me hiciste reír cuando solo tenía ganas de llorar. Gracias por tus consejos y, también por tus pequeñas broncas, siempre te recordaré como la gran persona que fuiste, como a un adorable gruñón.., así solía llamarte, mientras tú siempre me respondías con un ¿yo, por qué?

Con todo mi cariño.

A.O.C (Margot)
@>-->--

Sakkarah -

Muy buen relato.

Yo le pondría un tercer final:

Julián, al oirlos, dio media vuelta y salió de su casa.

Su mujer jamás volvió a verlo, por correo arreglaron todos los trámites de divorcio, y las cuestiones financieras.

Un beso.

Incrédula -

Pero que pasionales sois los hombres y con que rapidez os liáis a tiros… Yo, si me viera en un caso así, después de desearle con toda la fuerza de mi alma que se le pudriera lo que le cuelga entre las piernas, me separaría del marido y, con la ayuda del un buen abogado, le dejaría con una mano delante y otra detrás; tan desnudito le iba a dejar si me fuera posible, que lo de las manitas delante y detrás no iba a ser una metáfora, sino que las iba a necesitar en verdad para taparse las "vergüenzas".

Ainsss… ¡Si es qué os acaloráis muy rápido los varones…!

Muackkkkkk