O U I J A
Era un sábado de finales de agosto. Estábamos recién casados y hacíamos planes para salir esa noche. De repente sonó el teléfono y, a través del hilo, la voz de mi cuñado nos hacía una invitación para que fuésemos a cenar a su casa:
—Veniros a cenar a casa.
—No me jodas, tío, que tenemos planes para esta noche.
—Esto es mejor, van a venir dos chicas, que he conocido en la clínica y que con un vaso boca abajo puesto en un cartón que tiene letras y números hablan con los espíritus.
—Pero bueno, ¿tú te crees que los pájaros maman, o me tomas por tonto?
—Anda déjame hablar con mi hermana.
Ya sabía yo que esa noche tocaba cena en casa de mi cuñado. Y no me equivocaba, nada más mencionarle lo de los espíritus mi mujer estaba deseando ver ese experimento del que le hablaba su hermano. Así que no tuve más remedio que poner mi mini en dirección al Barrio del Pilar.
Estuvimos cenando, más bien una merienda-cena, y quedamos en hacer después el experimento y más tarde irnos a pegarnos unos bailes en una discoteca. Las chicas prepararon la mesa con un cartón bastante grande con todas las letras del abecedario y los números, colocados en un círculo, aparte las palabras “Hola”, “Adiós”, “Sí” y “No” en el centro del círculo, si no me falla la memoria.
Puso un vaso boca abajo y nos hizo poner los dedos rozando el culo del mismo, que en la posición que estaba quedaba hacia arriba. Una de las chicas comenzó a invocar a los espíritus con la siguiente fórmula: “Somos un grupo de amigos que nos hemos reunidos para hablar con los espíritus, si hay alguno presente que se manifieste”; esta letanía la iba repitiendo de forma machacona y cada vez con un tono más imperativo.
Al principio el vaso no se movía, pero de pronto se deslizó hacia el “Hola”. Yo pensé que la chica era la que empujaba el vaso y que se estaba burlando de nosotros, por lo que me levanté de la mesa, pero los demás siguieron sentados, mientras las preguntas y respuestas se iban sucediendo:
—¿Eres un espíritu bueno?
—Sí.
—¿Quieres hablar con alguien en especial de los que estamos aquí?
—No.
—¿Cómo te llamas?..
En fin, un interrogatorio tipo policía sobre lugar de nacimiento, año de su muerte, etc., y a todo iba contestando. Después cambiaron de preguntas y cada uno preguntaba algo relacionado con lo que quería saber. Yo, desde mi puesto de observación, le pregunté qué número iba a salir en la lotería del sábado, a lo que respondió la chica que sobre ese tipo de preguntas no contestaban, que eran espíritus y la lotería era demasiado material.
De repente el vaso empezó a escribir unos números, y la chica le pidió que los repitiera, y lo que ponía era la matrícula de mi coche: M-888725. Esto me mosqueó porque era muy raro que la que yo creí que movía el vaso supiese la matrícula de un coche que nunca había visto.
La chica comenzó una despedida a la que el “espíritu” se oponía:
—Bueno, te dejamos.
—No.
—Nos vamos.
—No.
—Nos vamos a bailar.
—No.
—Vete en paz.
—No.
Cansada de tanto “No”, volteó el vaso y lo puso boca arriba y nos fuimos “a bailar”. Al ir a coger mi coche sólo encontré el sitio donde lo dejé aparcado. Me lo habían robado.
Nos dirigimos a la comisaría y denunciamos el robo, y como la cosa no tenía arreglo nos metimos los seis en el coche de mi cuñado y nos fuimos dirección a la discoteca Retro. Al llegar a Cuatro Caminos, a la chica que tuvo la discusión con el difunto, se le revolvió el estómago de tal forma que tuvo que bajarse y vomitar en plena calle. Así que tuvimos que llevarla a su casa, y como vivía cerca de la mía aproveché para quedarme en casa y no volver a llevarle la contraria al “espíritu”.
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