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LOS ESCRITOS DE DISCÓBOLO

EL PLACER DE LA VENGANZA (I)

EL PLACER DE LA VENGANZA (I)

EN PLATO FRÍO

El timbre del despertador la hizo incorporarse de golpe en la cama. María era una mujer de treinta y dos años que ya había sufrido en sus carnes la amargura de un divorcio, ya que su ex marido no era compatible con su trabajo. Vivía entregada por completo a su profesión, la Cirugía, que la apasionaba y gratificaba más que cualquier otra cosa.

Se levantó con energía y se dirigió a la cocina para conectar la cafetera; mientras el café se iba haciendo lentamente, entró en la ducha. Transcurrida una media hora, ya estaba dispuesta para dirigirse a su trabajo. Montó en el ascensor que la llevaría al garaje de su casa, subió en su BMW y se dirigió a la autovía A-3 que unía Alicante, donde vivía, con Elda, lugar donde se encontraba el hospital donde prestaba sus servicios.

A la altura del kilómetro 13 el motor de su coche empezó a temblar, pero tuvo tiempo de llegar al aparcamiento de aquel bar de carretera, mientras maldecía su mala suerte. Estaba contando su problema al propietario del local cuando un camionero de aspecto rudo y a la vez atractivo, que oía la conversación sin ningún tipo de pudor, se ofreció a dejarla en su lugar de destino alegando que se encontraba en la ruta que él debía seguir.

Después de una corta charla, la invitó a subir a aquel mastodonte de 16 ruedas y ella accedió agradecida.

No llevaban tres kilómetros recorridos cuando el camionero, inesperadamente, abandonó la autovía, entrando por una carretera secundaria y a su vez desviándose hacia una zona de árboles completamente desierta, haciendo caso omiso de las protestas de la doctora. Una vez parado el camión, abrió la guantera y sacó un gran cuchillo de monte con el que la amenazó para que descendiera del vehículo. La condujo hacia la parte trasera, abrió la caja del camión, que iba completamente vacía y la obligó a introducirse en ella. Él subió detrás, encendió una pequeña luz interior y cerró la puerta tras ellos.

—Quítate las bragas y túmbate en el suelo.

María le obedeció sin poner resistencia, y él la estuvo violando hasta que, agotado, soltó su veneno en el interior de ella, que se mordía los labios en un ademán de impotencia, de dolor y de asco.

—Gracias —le dijo ella—. Jamás ningún hombre me hizo sentir tanto placer, nunca me sentí más deseada ni nunca conocí a un macho tan potente como tú.

Estos halagos lo dejaron fuera de juego… alucinaba.

—No pensaba hacerte nada con el cuchillo —se justificó él.

—Por favor, quiero repetir esta experiencia, pero en un sitio cómodo. ¿Te atreverías a quedar conmigo para hacerlo sin prisas en un hotel?

—¿Lo dices en serio?

—Es más, mejor que un hotel, te propongo que vengas a mi casa. ¿Te parece bien el sábado a las 9? Haré una cena deliciosa para ti y después haremos el amor toda la noche.

Él asentía con la cabeza mientras intentaba sacudir la suciedad del vestido de ella, después la ayudó con delicadeza a bajar de la parte trasera del camión, la condujo a la puerta y la ayudó a subir delicadamente. Puso el vehículo en marcha y por el camino ella le dio su dirección. Al llegar, ella le besó, y le dijo:

—No me falles, estoy ansiosa de que llegue el sábado.

Llegó al hospital y entró directamente en la ducha. Allí pasó un buen rato enjabonándose poro a poro todo su cuerpo y conteniendo las arcadas que le producía el recuerdo de lo recientemente vivido. Pensó pedirle a un compañero que realizara la intervención quirúrgica que debía hacer ella, pero desechó la idea. Fue directamente a la cafetería y con un café delante de ella estuvo meditando largo rato. Estaba decidida.

Llegó el sábado y ella, en su terraza, observaba la calle cuando vio aparecer un coche rojo que aparcó justo delante del portal de la vivienda. Se abrió la puerta del vehículo y apareció el camionero muy bien vestido y portando en las manos un ramo de rosas. Esperó a que sonara el timbre del portero automático y preguntó quién era, como si no hubiese advertido su llegada. Una vez en la casa, le hizo entrar y, después de agradecerle el detalle de las rosas, le dijo que se pusiese cómodo mientras ella le preparaba algo de beber. Así lo hizo el camionero, que se sentía lleno de orgullo por su masculinidad.

Sentados en la cama ya, él le dijo:

—Desnúdate, que vas a conocer lo que es un hombre.

—Espera un poco, cariño, vamos a tomar otra copa, me gusta estar un poquito alegre para hacer el amor, y el whisky me pone muy cariñosa.

No le dio tiempo a tomar la segunda copa, el fuerte somnífero suministrado por María había producido su efecto y el camionero quedó profundamente dormido. Con toda frialdad desabrochó los pantalones del camionero y los bajó hasta los tobillos, introdujo un plástico debajo de su culo para evitar manchas de sangre y fue a buscar el material quirúrgico necesario. Inyectó anestesia local en los testículos del violador y comenzó su trabajo.

Tardó aproximadamente quince minutos en realizar la operación. Suturó, puso los apósitos necesarios y volvió a subirle los pantalones. Bajó a la portería y dijo al conserje de la finca:

—Antonio, por favor, ayúdeme a meter a un amigo en su coche, es que le ha sentado mal la bebida y quiero llevarlo a su casa.

Antonio no lo dudó un momento, cargó con casi todo el peso del camionero y lo metieron en el asiento delantero. Ella se sentó frente al volante del vioñador y se dirigió a la autovía A-3. Justo en el kilómetro 13, en el aparcamiento de aquel bar de carretera detuvo el vehículo, dejó las llaves puestas y se dirigió a su coche que previamente había dejado aparcado en aquel lugar.

Cuando él despertó encontró un papel con la siguiente leyenda: “No volverás a hacerlo. Puedes volver a casa, pero ten cuidado porque en el asiento del conductor hay un frasquito con formol y algo dentro… No te vayas a sentar encima de tus cojones”.

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