ESPEJO MÁGICO
La peor etapa de mi vida fueron los tres años que pasé interno en un colegio de curas (salesianos). Recibí allí tantas palizas, tantas humillaciones y vejaciones, que creo que acabé un poco tocado. Me habían dicho tantas veces que no valía para nada (era su frase favorita), que era una mierda, refiriéndose a deportes que yo nunca había practicado y en otras actividades, que creo que llegué a creérmelo. Cuando una persona mayor hablaba, enseguida mi cara se enrojecía, sobre todo si se trataba de alguien que ostentaba algo de autoridad, mucho más si era mujer. Me creía inferior a todo el mundo.
Los sábados por la tarde, mi hermano mayor y sus amigos organizaban un baile en un patio enorme que había en el barrio, y los pequeños nos colábamos a observar y, no sé los demás, que seguro que también, pero yo a soñar que abrazaba y besaba a alguna de aquellas chicas mayores que yo. Un sábado, una de ellas se dio cuenta de que no le quitaba ojo de encima, y antes de empezar a girar el disco en el pick-up (“Moliendo café” era la canción), se dirigió a mí y me dijo:
—Ven, que te voy a enseñar a bailar. Tú pon tu mano derecha en mi cintura y con la izquierda coge mi mano derecha.
¡Joder! Cuando agarré aquella mano tan suave y su cadera comenzó a moverse al ritmo de la música, creí que me daba algo. Sentía fuego en mi cara y mis piernas comenzaron a temblar.
—Venga, muévete; es muy fácil: dos pasos a la izquierda y uno a la derecha.
—No, no me gusta el baile —fue lo primero que se me vino a la cabeza.
Ella me dejó y cogió a otro chico y yo estuve lamentándome cada vez que me acordaba, por haber sido tan idiota y no haber aprovechado aquella oportunidad con la que tantas veces había soñado.
Mi madre nos había criado en la fe católica, hasta tal punto que tengo hermanos con más de setenta años que rezan a diario, van a Misa y, si pueden, a procesiones religiosas, excepto el pequeño y yo, que hemos visto cómo es el mundo. Él más que yo, sin duda.
Bueno, me refería a lo de la fe católica porque, a pesar de mi paso por el colegio de curas, seguía creyendo que la religión era cosa de Dios y no de los hombres, y fui a confesar en una iglesia que había cerca del Alto de Extremadura (Madrid). Nada más entrar me abordó el cura:
—¿Qué deseas?
—Confesarme.
—Tendrás que volver luego, porque me iba con esta señorita a hacer unas gestiones.
La “señorita” estaba para hacer con ella cualquier clase de gestión, y repetir si llegaba el caso. Ella le comentó en voz alta que podía esperar, que no tenía prisa, pero el santo varón insistía en largarse y en que me largara yo, hasta que soltó las frases que me salvaron:
—Pero, ¿qué pecado puede tener? ¿No ves que se ha puesto rojo como un tomate sólo porque le he dicho que vuelva luego? Obsérvalo, está rojo —y empezó a sonreír.
Me di media vuelta sin decirle nada. La verdad es que me ponía tan rojo que casi se me saltaban las lágrimas, e incluso sentía calor en mis mejillas. Llegué a casa, entré en el baño y, cuando iba a lavarme las manos, miré instintivamente al espejo que estaba colgado encima del lavabo y vi una cara de idiota impresionante. Me agarré a los bordes del lavabo y empecé a hablar con aquel idiota que había en el espejo.
—¿Por qué te pasa eso? ¿Por qué te has puesto rojo por una “gracia” que haya hecho sobre ti ese imbécil? ¿No te acuerdas del colegio? Son todos iguales. Debías de haberle dado un puñetazo delante de su putita. Posiblemente ese tío con sotana sea una puta mierda. Posiblemente, no: es una puta mierda. ¿Sabes? Ya jamás te pondrás rojo por nadie. ¿Y sabes por qué? Porque tú eres más importante que ellos. Ellos no valen para nada. Vuélvete agresivo, porque el mundo está dividido en dos clases de personas: verdugos y víctimas. No seas más la víctima.
Desde aquel momento cambió mi vida. Desde entonces he aprendido muchas cosas, una de ellas es no tenerle miedo a nada y otra es que el del espejo se equivocó en lo de verdugos y víctimas: generalizó; pero lo que es cierto es que para que haya verdugos tiene que haber víctimas.
2 comentarios
Discóbolo -
En este blog hay escritos que son verdad, otros inventados; algunos son reales con una mezcla de fantasía, etc.
Un beso.
Sakkarah -
Es cierto que hay personas que acomplejan. ¿Se darán cuenta del daño que hacen?
Un beso.