ALEF LILA U LILA (Las mil y una noche)
La claraboya de mi terraza
Cuando viví en Marruecos, mi primera casa era un ático raro que tenía incluso una terraza con una claraboya en el centro para proporcionar luz a otro piso. Un caso raro, la claraboya estaba en mi casa pero pertenecía a otro piso.
Allí vivían un grupo de hombres (ya contaré esa historia), que un día se fueron y la casa fue ocupada por un profesor que poseía un serrallo, así que lo que para nosotros era un castigo el tener que mantener limpia la claraboya, se convirtió en un placer tenerla en perfecto estado de limpieza.
Por las tardes/noches, desde el pasillo de mi casa se podía ver el salón y el dormitorio principal y no ser vistos desde abajo si apagábamos las luces. Así que mi hermano pequeño y yo pasábamos allí buenos ratos restregando los ojos contra los cristales hasta que a colleja limpia nos desplazaban nuestros hermanos mayores para ocupar ellos el sitio.
El harén estaba perfectamente organizado, se componía de una mujer de unos cuarenta años, que era la jefa, y de tres más jóvenes, sobre todo una que tendría sobre dieciséis o diecisiete años. A mí, la que más me ponía era la jefa, siempre me han gustado las mujeres mayores, eso me pasaba desde los siete años, como ya he comentado en otro sitio, aunque ahora me ha cambiado la tendencia. Ella disponía los turnos; si en alguna ocasión el jefe lo demandaba, por supuesto, era complacido, pasaban dos, pero ella siempre entraba sola.
A mi edad aquello era el paraíso, ¡qué suerte tenía el tío ese!, ¡qué visión!, ¡qué excitación! En cierta ocasión me encontraba solo y, naturalmente, fui a observar qué pasaba en el piso de abajo. El profesor se encontraba metido en la cama y, a través de una goma larga, fumaba, me imagino que hachís; al lado de la cama, de pie, la segunda del harén, desnuda, permanecía desabotonando el camisón de la más joven, que llegaba hasta el suelo. Desde mi punto de vista la jovencita estaba de espalda y la más mayor de frente. Cuando el camisón estaba abierto hasta debajo del pecho, pasó las manos suavemente por los hombros de la niña, haciendo un movimiento hacia su espalda y desplazándolo hacia atrás, con lo que consiguió que la prenda cayera sobre sus pies, dejándola completamente desnuda.
Aquella escena se quedó grabada en mi mente durante muchos años. No era difícil saber por qué la cuarentañera (que no cuarentona) era la jefa del harén. Cuando ella hacía el amor, siempre terminaba debajo, y desde arriba parecía que el culo del morito estaba echado sobre uno de aquellos tocadiscos antiguos que giraban los discos de vinilo a 45 revoluciones por minuto. Cada vez que hacía el amor daba un golpe de autoridad.
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