COLEGIO (Parte 1)
De pequeño fui un niño de los hoy llamados “superdotados”. A los cuatro años sabía leer y escribir, e incluso redactaba. Prueba de ello es la primera felicitación a mi madre el día 8 de diciembre (antiguo Día de las Madres), escrita cuando contaba cuatro años y cuatro meses y que ella se encargó de guardar en su misal hasta su muerte, donde, revisando sus “tesoros”, la encontramos junto a algunas poesías que de muy joven le había escrito.
Las clases del colegio eran aburridas; yo tenía una gran facilidad para con una sola lectura captar los conceptos e incluso retener en mi memoria por mucho tiempo lo leído. Como se verá, ese talento natural se volvió en mi contra, perjudicando gravemente mi vida en aquel momento y en el futuro.
Vivía en el extranjero y el Consulado de España convocó unos exámenes para la concesión de una beca de estudios en España, concretamente en Málaga. El colegio me presentó y saqué el número uno de la promoción. Ahí empezó el período más amargo de mi vida, que modificó todo mi futuro y dejó en mí unas secuelas de odio capaz de cometer cualquier barbaridad sin el menor remordimiento. Me internaron en un campo de concentración regido por curas salesianos. Allí recibí palizas, humillaciones y todo lo que defina “malos tratos”. Tengo que decir que no abusaron sexualmente de mí porque mi físico no sería apetecible, pues estaba muy delgado, aparte de la mala leche que yo me gastaba, pero juro que vi abusar de un chaval, y enseguida lo puse en conocimiento de su hermano mayor, que le dio un tremendo puñetazo en la cara al cura. Solución al problema: los dos hermanos expulsados del colegio.
Pero lo más hiriente, el dolor más grande, lo que jamás se borra de mi mente fue la despedida de mi madre en el colegio: los dos abrazados llorando (yo tendría casi nueve años):
—Mamá, no me dejes aquí.
—No te imaginas lo que me cuesta hacerlo.
—No quiero quedarme, llévame a casa.
—Hijo, aquí está tu porvenir: harás oficialía, maestría y después pasarás a estudiar en la universidad y te harás ingeniero. Serás el primer universitario de la familia y cuando seas mayor no pasarás las penurias que pasamos ahora.
—Yo quiero estar con mis padres, con mis hermanos, con mis amigos, con mi gente. No quiero ser ingeniero, quiero trabajar en la imprenta, y no me importan las penurias.
—Por favor, niño, no me lo pongas más duro, ¿no ves que se me parte el corazón de tener que dejarte aquí?
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