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LOS ESCRITOS DE DISCÓBOLO

R E E N C U E N T R O ( I )

R E E N C U E N T R O   ( I )

 

El Rif es una región del norte de Marruecos, en su zona mediterránea, comprendida entre las ciudades de Tetuán y Melilla, y donde sus habitantes se diferencian del resto de habitantes del país, ya que son bereberes, e incluso tienen un idioma propio, totalmente diferente al árabe, que se denomina chelja (rifeño o tarifit), de origen kamita (como el euskera).

 

Territorio rico en minerales, pero sin explotar. Pienso que en aquellos tiempos la maquinaria era muy precaria y muy costoso el transportarla a sitios tan poco accesibles, y hoy día han descubierto que es mucho más rentable la siembra de marihuana para la obtención de hachís que cualquier otro tipo de negocio, ya que la climatología es perfecta para este cultivo.

 

Pues allí, diez años después de terminar la Guerra de Marruecos, mi padre, que era “especialista” en corcho, fue enviado por su empresa para la planificación, explotación y exportación de este material a la Península, ya que Marruecos se había convertido en parte de España (Protectorado).

 

Al principio lo pasó bastante mal, y, como la zona era bilingüe, decidió aprender el árabe por si en un futuro era trasladado a otra región del país. Yo creo que esto fue un error, porque el día 7 de julio de 1936 un par de militares llegaron a su lugar de trabajo. Ni siquiera tuvieron la decencia de citarlo para evitar el susto a mi madre; claro que lo que se preparaba no era ninguna tontería como para andar con delicadezas.

 

—Buenos días.

 

—A las buenas nos dé Dios.

 

Tengo que reconocer que mi padre poseía un humor muy fino y no captó lo que le iba a hacer desaparecer ese humor por muchos años.

 

—¿Usted habla árabe?

 

—Sí, señor, llevo muchos años en estas montañas y nunca he necesitado intérprete. Desde que hablaba por signos hasta hoy he aprendido mucho. Tenga en cuenta que somos la única familia española en muchos kilómetros a la redonda.

 

—Basta ya de tanta cháchara. Desde mañana, que deberá presentarse a las 9:00 horas en el cuartel de Tropas Indígenas, queda usted militarizado.

 

—Debe haber un error (mi padre, aislado en aquella zona, no se enteraba de nada), yo ya cumplí mi Servicio Militar.

 

—Es igual, España necesita intérpretes para las Tropas Indígenas y usted, por el hecho de hablar árabe, queda nombrado Sargento del Primer Tábor (Batallón) de Regulares de Tetuán, número 1.

 

Mi padre, sin alterarse (según él), se atrevió a preguntarles por qué era nombrado Sargento y no Teniente, por ejemplo.

 

—Porque tendrá que estar en contacto directo con la Tropa. Usted preséntese en el cuartel y allí le explicarán cuál es su cometido, y tenga en cuenta que si no lo hace será considerado como traidor a la Patria y se le aplicará la pena correspondiente.

 

Mi padre, que no tenía intención de que le agujereasen la camisa, a las 9:00 horas del día siguiente se encontraba en un despacho del cuartel, frente a un Comandante bajito y rechoncho.

 

Con un petate, portado por un soldado indígena, se presentó en casa (teníamos dos: una en Tetuán y otra en el lugar donde mi padre iba siendo trasladado), donde mi madre tuvo casi que rehacer el uniforme, ya que le quedaba un pelín pequeño. Estuvo una semana recibiendo instrucciones, hasta que lo trasladaron a Ceuta desde donde partió hacia la Península al mando de aquellos salvajes, además con la orden de que les dieran “carta blanca”…, de momento.

 

Después les dieron permiso para regresar a Tetuán, donde contaron que los “rojos” no eran demonios, y que en la guerra se podía violar a placer y robar a dos manos. El “efecto llamada” fue extraordinario: tuvieron que ampliar las Unidades de Regulares (Infantería Indígena). En la segunda tanda tuvieron que controlarlos más, incluso más de uno fue al paredón como escarmiento para el resto.

 

Cierto día, mi padre visitó a los heridos de su Tábor ingresados en el Hospital de Ronda y notó un olor tan nauseabundo que tuvo que comunicárselo al Alférez-Médico, el cual ordenó una limpieza general en la sala.

 

Debajo de la cama de un herido había un saco, y al abrirlo encontraron una cabeza humana que portaba dientes de oro y una mano derecha con una alianza del mismo material. Iban examinando a los cadáveres, y, si llevaban oro, se apoderaban de ellos. A éste, en el fragor de la batalla, no le dio tiempo a hacer su rapiña e iba guardando los miembros amputados para mejor ocasión; pero no tuvo tiempo: una bala “roja” se le alojó en la cabeza y acabó con su vida en unos días.

 

Una noche —contaba mi padre— habían recibido la orden de realizar una operación conjunta con el Tercio Duque de Alba, que operaba por aquella zona. Se trataba de emboscar a una Compañía de republicanos que debería ser desalojada por La Legión de

un pueblo de la Serranía de Ronda llamado Júzcar, y así cogerlos entre dos fuegos para evitar que se llevasen materiales y víveres muy necesarios para las Tropas nacionales.

 

La Legión había hecho perfectamente su trabajo, pero el Servicio de Información republicano —por ser amables con ellos les doy este nombre— había dado la noticia del ataque del pueblo por parte de La Legión y lo habían desalojado. Así que, al llegar el Tercio a los almacenes, los encontró casi vacíos y sólo un hombre que intentaba aprovecharse de la circunstancia para aprovisionarse de víveres. Naturalmente, fue hecho prisionero para obtener una posible información.

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