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LOS ESCRITOS DE DISCÓBOLO

EL FARERO (Parte 1)

EL FARERO (Parte 1)

 

Aquel autocar lleno de mujeres alborotadas por la emoción llegó por fin a su destino: un pueblecito costero, donde su alcalde había organizado, con la colaboración de una empresa dedicada a tales eventos, lo que se ha dado en llamar una “Caravana de Mujeres”. Se trataba de organizar una jornada lúdica con el fin bastante loable de aumentar el número de parejas, ya que en el pueblo los hombres solteros y viudos superaba con creces a las mujeres en el mismo estado civil, por lo que los nacimientos eran cada vez más escasos y la media de la población, por tanto, iba envejeciendo.

 

Fueron agasajadas en los salones del ayuntamiento por el alcalde, acompañado por todos los solteros y viudos del pueblo, vestidos con sus mejores galas domingueras, perfumados y luciendo sus mejores sonrisas, con la esperanza de que algunas de aquellas mujeres lo sacara de su estado de soledad y (¿por qué no decirlo?) abstinencia sexual. Sólo faltaba un soltero, un hombre amargado, solitario, introvertido y con una gran capacidad para engañar a las personas: el farero. Él observaba desde su faro el movimiento que se producía en el pueblo, sin tener idea de que iba a convertirse en el protagonista de los acontecimientos que estaban a punto de producirse.

 

Lourdes, una de las monitoras, sin duda la mujer más bella y atractiva que había transportado el autocar, una vez organizada la fiesta, le comunicó a su compañera que iba a salir a dar un paseo, porque le dolía un poco la cabeza y quería despejarse con el olor del mar. Salió del ayuntamiento y encontró las calles del pueblo vacías, y en su caminar hacia el mar sólo se cruzó con una pareja de ancianos, sentados en la puerta de su casa, que la saludaron muy educadamente.

 

Mientras caminaba, absorta en sus pensamientos intrascendentes, no reparó que era observada atentamente desde una de las ventanas del faro. Al llegar cerca del edificio, se abrió la puerta de éste y apareció el farero, que, como dije antes, era un especialista en mostrar un carácter muy distinto al que en realidad tenía. Destacaba su gran poder de convicción; sobre todo, con las mujeres, era un “piquito de oro”.

 

—Señora, es muy peligroso acercarse al acantilado; si desea contemplar el mar le ofrezco subir al faro, aunque deberá cobrarle por la maravillosa vista que va a contemplar y por la gimnasia que va a tener que hacer para subir esta vieja escalera de caracol.

 

Al decir esto esbozaba una amplia y generosa sonrisa y con su mano derecha señalaba la puerta de aquella antigua construcción que servía de guía nocturna a los barcos.

 

—Muchas gracias, pero sólo quería pasar un rato a solas, despejar un poco mi cabeza y, sobre todo, respirar esta maravillosa brisa marina.

 

—No encontrará un sitio mejor ni más adecuado para llevar a cabo sus objetivos que la parte superior del faro. Es una sensación extraordinaria, al alcance de muy poca gente. Yo que usted, no perdería la oportunidad, y así jamás tendría que preguntarme cómo se vería el batir de las olas del mar sobre las rocas desde esa distancia, vistas desde un faro.

 

No dejaba de mostrar su sonrisa, que a cualquiera podría hacerle pensar que era sincera, y así, poco a poco, fue consiguiendo que la mujer se relajara y la desconfianza del principio fuese transformándose en simpatía hacia el desconocido. Decidió entrar en el faro, y él, sin perder la sonrisa, se ofreció a subir primero, ya que ella llevaba puesta una falda y, dada la inclinación de la escalera, no quería que se sintiese incómoda por ser observada desde la parte posterior. Con este detalle la mujer terminó de abandonar su desconfianza.

 

—Bueno, perdona por mi torpeza, ni siquiera me he presentado: me llamo Ignacio y estoy encantado de conocerte.

 

—Yo soy Lourdes y también para mí es un placer haberte conocido. Estoy casada con un policía local de un pueblo cercano y soy monitora de la empresa que ha contratado el ayuntamiento para la realización de la “Caravana de Mujeres”. Aparte de eso, tengo un hijo de siete años.

 

Yo, desgraciadamente, soy viudo desde hace solamente dos meses mintió Ignacio, y no creo que jamás pueda mirar a otra mujer con ojos que no sean de amigo. Ella era mi vida y nadie ocupará jamás su lugar; y voy a hacerte una confesión: en más de una noche de soledad he pensado dejar mi vida junto a las espumas que bañan la roca.

 

 

 

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