HOMBRES RUDOS (historia 3)
Corría el año 1938, la Guerra Civil española estaba en pleno apogeo. Los combatientes estaban agotados de casi tres años de luchas y aquel batallón había recibido la orden de asaltar la intendencia del enemigo y hacerse con sus provisiones. Como cada vez que sus hombres iban a entrar en combate, el sargento Pérez repartió varias botellas de coñac, que se iban pasando de unos a otros, con el fin de darse ánimo y anular el miedo.
El pueblo donde se encontraba el almacén de víveres estaba en un valle y se esperaba una fuerte resistencia. Los hombres se fueron acercando con sigilo y se llevaron una grata sorpresa al comprobar que el enemigo, no se sabe por qué razón, había abandonado el pueblo. Así que entraron en el almacén y sólo encontraron allí a un hombre, al que hicieron prisionero. Recogieron los víveres y regresaron a su posición.
Al interrogar al prisionero comprobaron que se trataba de un homosexual con mucha pluma y decidieron que no estaría mal un poco de diversión a costa suya. Montaron una pantomima de juicio sumarísimo y le condenaron a muerte. Le encerraron en una habitación y le obligaron a beber gran cantidad de aceite de ricino.
A la mañana siguiente le condujeron al patio, le ataron a un tronco con las manos libres para que pudiera moverlas libremente y frente a él montaron un pelotón de ejecución. El mariquita no paraba de pedir clemencia pregonando su inocencia de cualquier delito. El sargento hacía oídos sordos y pronunció las órdenes de rigor con mucha parsimonia: “Carguen armas”, “Apunten”… “Fuego”.
Se oyó un estruendo tremendo de nueve fusiles vomitando fuego. El hombre no murió, se palpaba el cuerpo agitadamente y miraba sus manos buscando sangre. Sólo salía una palabra de su boca: “ayyyy, ayyyy, ayyyy”. Los soldados se retorcían de risa mientras recogían los casquillos de las balas de fogueo.
El sargento, dirigiéndose a los soldados, entre risotadas, les ordenaba: “Soltarlo, darle un pantalón, que ése está cagado hasta el dobladillo, y que se vaya para su pueblo”.
Ya no quedan hombres como los de antes... afortunadamente.
0 comentarios