P E S A D I L L A
Una pesadilla. Si te asustan los relatos de terror, no leas éste.
Me encontraba yo viviendo en Marruecos y en ese momento reunido con un grupo de amigos a los que le comentaba mi intención de comprar algunos productos españoles que vendían de contrabando. Mis amigos comenzaron a encargarme cosas y me daban dinero para pagarlos, así que reuní una buena cantidad de dinero. Esta operación estaba siendo observada por tres individuos que, una vez que emprendí mi camino, me siguieron hasta encontrar el lugar adecuado para atacarme y robarme el dinero.
No estaba dispuesto a permitir que me despojaran del dinero de mis amigos, así que la resistencia y la lucha fueron terribles, hasta el punto de que conseguí matar a dos de los tres asaltantes, pero ya sin fuerzas y asustado decidí huir del tercero que me seguía amenazándome con perseguirme hasta mi casa para, una vez conseguida la dirección, denunciarme a la policía marroquí. La idea de pisar una cárcel de Marruecos me asustaba tanto que hice un sobreesfuerzo y conseguí despistar a mi perseguidor.
Me dirigí hacia mi casa, que se encontraba ubicada en la parte más alta de una calle en pendiente. Antes de acceder al portal había que subir unos cuantos escalones. Comencé a subirlos con toda la rapidez que me permitían mis cansadas piernas y, al llegar mi vista a contemplar el suelo del portal, mi estómago se encogió provocándome una arcada que estuvo a punto de hacerme vomitar.
Aquella visión me paralizó. Allí, arrastrándose por el suelo, se encontraba la cabeza decapitada de mi vecina, dejando sobre el suelo una estela de sangre viscosa que se me antojaba demasiado negra. La cabeza, con los ojos desorbitados, dirigiéndose a mí, me dijo:
—No subas, que está loca.
Nada más oír estas palabras, sentí un inmenso golpe en la contrapuerta del portal y allí apareció mi otra vecina; ésta era más joven, pero al contemplarla quedé petrificado: estaba completamente despeinada, sus ojos aparecían ensangrentados; sus ojeras eran de color lila, rozando el morado, y sus labios presentaban un color amarillento blanquecino y estaban completamente resecos.
Y ella, cogiendo la cabeza por el cabello la lanzó todo lo lejos que pudo mientras gritaba:
—Esta bruja le ha contado todo a mi marido.
Yo no sabía qué hacer ni cómo reaccionar, mientras veía la cabeza rodar calle abajo. Ella se dirigió hacia mí como si no hubiese pasado nada, acercó su boca a mi mejilla y me besó.
—¡Qué fría estás!
—Es que estoy muerta.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, y aún hoy al recordarlo lo vuelvo a sentir.
2 comentarios
Discóbolo -
Un beso
Charo -
Pero de esta historia, lo que más me irrita es no saber qué le pudo contar "la bruja" a su marido para que tu otra vecina le diera tal castigo, ¿te lo llegó a contar o te rilaste pata abajo en el momento que te besó? Puedes llamarme cotilla si lo deseas, está más que justificado en este caso, jajajaja.
Besos.