Maldito dinero (2)
Enseguida me hice una composición de la situación y decidí utilizarla en mi provecho. De aquí en adelante las leyes las dictaría yo:
—De estas cosas no se puede hablar alegremente, pero te aseguro que tengo el riñón bien repleto y mis abogados no tardarán en sacarme de aquí, ellos saben muy bien cómo hacerlo. Ya hablaremos con más tranquilidad en la celda.
Él asintió y ya sólo se interesaba por si yo necesitaba algo..., incluso me dijo que si quería doble ración de postre él me la conseguiría.
Camino hacia la celda, un funcionario me cogió del brazo, y me dijo:
—Usted está exento de ducharse con los demás, cuando quiera hacerlo utilice las duchas de los funcionarios, y si quiere algo del exterior sólo tiene que decírmelo... ¡Lo que sea!
Al llegar a la celda, mi compañero estaba nervioso; en una especie de mesita vi un paquete de Marlboro, un cenicero y un encendedor.
—Es mi regalo de bienvenida, espero que algún día nos podamos ver fuera de aquí y tener una buena amistad.
De repente se oyó un revuelo entre los internos y mi compañero me dijo que tendríamos que formar en las galerías porque no sé qué ONG venía a distribuir ropa y tabaco entre los presos. Yo me negué a ponerme en la fila y le dije que tampoco lo hiciera él, que yo le proporcionaría la ropa que necesitara. Estuvo de acuerdo con eso, pero fue a recoger su parte para después negociar con esa mercancía.
A la mañana siguiente mi compañero se ofreció a hacerme la cama alegando que yo no estaba acostumbrado a realizar esas labores. Estaba observando la agilidad con que realizaba aquella labor y la destreza con que manejaba las sábanas cuando apareció un funcionario que me pedía amablemente que le acompañara, ya que el director de la prisión deseaba hablar conmigo.
—Pase y siéntese, por favor —mientras pronunciaba estas palabras me ofrecía amablemente un cigarrillo—. He estado revisando su dossier y deduzco que usted no pasará muchos días aquí. Es más, opino que su detención es un acto político para evitar que se produzca alarma social, así que aquí le trataremos como a un hombre honrado que está sufriendo un error.
—Muchas gracias, señor.
—Por tanto —continuó—, usted no tendrá horario restringido de visitas y cuando quiera comunicarse con el exterior sólo tiene que decírselo al funcionario de turno, que le proporcionará un teléfono.
—No sé cómo agradecérselo.
—Bueno, no hago esto para que lo agradezca, sino porque lo considero un acto de justicia.
Estuvimos largo rato hablando de temas muy variados: economía, turismo, hostelería, política... Al llegar a este apartado comentó que el país no iba lo bien que se podría desear, que los jóvenes no tenían muchas oportunidades.
De pronto, fijó su vista en mí, y me dijo:
—Fíjese, tengo una sobrina que hace un año terminó Ciencias Económicas y no consigue encontrar un empleo acorde con su titulación. ¿No conocerá usted alguna empresa que pueda ofrecerle un empleo digno?
—¿Puedo hacer una llamada desde su teléfono?
—Por supuesto.
Llamé a mi administrador y le dije que le iba a mandar a una chica, que la contratara y facilitara su trabajo, que permanecería con nosotros hasta encontrarle una empresa de mayor volumen de negocio. Nada más colgar el teléfono, el director me dio un tremendo apretón de manos, mientras me decía que cualquier cosa que necesitara sólo tenía que pedirla.
¡Mardito parné!
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