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LOS ESCRITOS DE DISCÓBOLO

HISTORIAS DE ATASCOS

HISTORIAS DE ATASCOS

BENDITO ATASCO

 

Le quedaba hora y media para coger el vuelo que le llevaría a aquella reunión de negocios que pensaba podría solucionarle la vida, y se encontraba en aquel monumental atasco sin poder moverse.

 

—¡Por Dios, sáqueme de aquí, que pierdo el avión! —le dijo al taxista.

—Imposible, señor, no podemos movernos en ninguna dirección.

 

Fueron pasando los minutos mientras el nerviosismo le consumía, y cuando su avión despegaba él aún no había llegado al aeropuerto. Tuvo que volver a casa, pues el siguiente vuelo hacia Nueva York no despegaría hasta el día siguiente.

 

Cuando llegó a casa se dejó caer abatido en el sofá y vio cómo la televisión, en un avance informativo, daba la información: “El avión Concorde con destino a Nueva York, que realizaba el vuelo AF4590, acaba de sufrir un accidente nada más despegar del aeropuerto. No hay supervivientes”.

 

ALGUNOS TIENEN SUERTE

 

Vestido con chaqué, la flor en el ojal, al lado de una madrina elegantísima y sin cobertura en el móvil se vio en aquel atasco infernal.

 

Cuando pudo llegar a la iglesia donde debían estar esperándole la novia y los invitados, se encontró la plaza desierta, el templo cerrado y el cura en la puerta.

 

Al verlo llegar, el sacerdote se dirigió corriendo hacia el coche, y el dijo:

 

—No te bajes del coche, se han ido todos; hoy es tu día de suerte.

 

ES QUE...

 

Se encontraba en aquel inmenso atasco después de haber pasado un día muy duro de trabajo. Se armó de paciencia, encendió la radio y se puso a repasar mentalmente lo que había realizado durante el día.

 

Una voz ronca y desagradable le sacó de sus pensamientos:

 

—Eres tonto, siempre te pasa igual, es que no hay otra carretera que no sea ésta; y mira que le dije veces a mi hija que no se casara contigo.

 

Aquella voz siguió martilleando sus tímpanos durante más de una hora.

 

El hombre esperó que los coches que le precedían avanzaran un poco, descendió del vehículo, abrió la puerta trasera y bajó a la señora:

 

—Salga del coche ahora mismo.

 

Se volvió a subir y emprendió la marcha velozmente. Le remordía la conciencia por haber dejado a su suegra en la cuneta, hasta que de pronto se dijo: “pero qué coño suegra, si yo estoy soltero. Ya he vuelto a equivocarme de coche en la gasolinera. Tendré que ir al oculista”.

 

PESADILLA EN EL ATASCO

 

Eran las 5 de la madrugada. Habíamos elegido esa hora para salir de viaje con el fin de no encontrarnos con ningún atasco. A los pocos kilómetros de la salida el grito de mi mujer me sobresaltó:

 

—Frena, Jose, que nos tragamos a ese coche.

—Ya lo he visto, ¿crees que estoy ciego?

 

El coche se detuvo muy cerca del vehículo que nos precedía, y enseguida puse en marcha los intermitentes de emergencia. Lo que tanto temíamos nos estaba pasando: estábamos metidos en un atasco.

 

Por el espejo retrovisor vi las luces destellantes del SAMUR y la Guardia Civil que se acercaban por el arcén. Cinco coches nos separaban del accidente provocado por un vehículo que circulaba en dirección contraria a la nuestra y cuyo conductor, probablemente, se había dormido y saltado la mediana de la autovía para ir a empotrarse de frente con otro que circulaba en nuestra dirección.

 

Como la mayoría de los conductores, me apeé y me dirigí al lugar del accidente. La Guardia Civil había establecido un cordón de seguridad y no dejaba pasar a nadie. Desde mi posición lo podía ver con bastante claridad.

 

—Joder —pensé—, un Megane del mismo modelo y color que el mío.

 

Al fijarme más pude ver que la matrícula coincidía con la mía, menos el último número que no alcanzaba a verlo. Los hombres del SAMUR consiguieron abrir la puerta y vi al conductor con la cabeza apoyada en el volante.

 

—Increíble, viste igual que yo.

 

Esto hizo que sintiera un peso en el estómago: eran demasiadas coincidencias. Al echar los médicos la cabeza del accidentado hacia atrás quedé petrificado, al tiempo que sentía unas enormes náuseas. Era yo el hombre que conducía ese coche. Por la comisura de mis labios se desprendía un hilo de sangre. Mis piernas comenzaron a temblar cuando un médico gritaba: “La mujer que le acompaña también está muerta”.

 

Mi respiración se iba volviendo dificultosa y un sudor frío invadía mi cuerpo cuando sentí que alguien me zarandeaba con fuerza:

 

—Despierta, que son las cuatro y tenemos que salir de viaje.

 

3 comentarios

Discóbolo -

Perdón por la errata. Donde he puesto "la culable es Mari Carmen", quise poner "la culpable es Mari Carmen". La tecla de la PE a veces me la juega.

Discóbolo -

Un nieto le preguntó a su abuelo:

-Abuelo, ¿debo casarme?

Y el abuelo, que sabía mucho de la vida, le dijo:

-Hijo mío, hagas lo que hagas, terminarás arrepintiéndote de no haber hecho lo contrario.

Me alegro que te guste el blog. La culable es Mari Carmen.

Un beso.

Charo -

Como diría un chuleta, "no me cabe la menor picha por el culo" de que ese maldito cura era machista: No te bajes del coche, se han ido todos; hoy es tu día de suerte.

En fin... cosas de machistas, o de hombres, y mujeres, que haberlas "haylas" todavía, pasados y pasadas de fecha que creen que la meta de una mujer es conseguir un marido para el que ser su eterna esclava. Repito, en finnn...

Por cierto, he de felicitarte por tu blog, Discóbolo, me gusta mucho.