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LOS ESCRITOS DE DISCÓBOLO

DANI

DANI

Mientras escribo estas líneas, mis vellos están erizados y un escalofrío recorre todo mi cuerpo, y eso que yo soy un escéptico en estos temas y a todo le busco una explicación científica, pero esto no la tiene o al menos yo no se la encuentro.

 

Tengo dos nietecitos, uno de seis meses y otro de dos años y medio, que es un revoleras y charla como una cotorra. Ellos viven en Madrid y yo en Alicante. Un día, a la hora de la siesta, mi hija se acostó con ellos en la cama de matrimonio, poniendo uno a cada lado, para evitar que el mayor incordiara al pequeño. Enseguida el pequeño se quedó dormido, mientras el mayor no paraba de charlar.

 

Mi hija lo dejó por imposible pensando que el cansancio lo acabaría por dormir y ella fue cayendo en un semisueño, a pesar de que no quería dormirse por no fiarse de lo que pudiera hacer el niño, como levantarse.

 

Entre sueños seguía oyendo los monólogos del niño y se quedó petrificada, no se atrevía a moverse, y esto es lo que oyó:

 

—¿Cómo estás, hijo?

 

—Estoy bien, abuela.

 

—¿No duermes?

 

—No me gusta dormir, me gusta jugar y la playa.

 

La voz que oyó mi hija era la de su abuela, la bisabuela del niño, a la que el pequeño no

conoció porque falleció siendo éste un bebé y estando ella ingresada durante cuatro años a causa de su enfermedad de Alzheimer.

 

Se incorporó de un salto, pero, evidentemente, no vio nada.

 

—¿Con quién hablabas?

 

—Con la abuela Conchi.

 

—La abuela Conchi no está aquí, está en Alicante.

 

—No, con esa no, con la otra abuela Conchi.

 

Mi mujer, abuela del pequeño, se llama igual que su madre, Conchi, pero al pequeño jamás se le habló de su bisabuela. Mi hija nos llamó llorando entre emocionada y asustada para contarnos la historia.

 

Hasta aquí podía tener una explicación, pero un día que el niño estaba incordiando mucho, le cogí en brazos y le senté conmigo en el ordenador. Estaba clasificando las fotos antiguas de la familia y apareció la foto de su bisabuela cuando era joven, y el niño, con una cara de alegría inmensa, me dijo:

 

—Mira, abuelo, la otra abuela Conchi.

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