DIÁLOGOS CON MI PULPO
PULPO MACHISTA
—Hola, Pulpito, ¿vienes a tomar ya las clases de las que hablamos?
—Mira, Disco, déjate de chorradas, que no tengo hoy los huevos para colgarme farolillos. ¿Me entiendes? Además, he ligado dos pibitas y vamos a recordar viejos tiempos.
—Eh, no te pases. Yo soy un hombre casado y fiel a mi mujer.
—Vamos, ¡no me jodas! ¿No recuerdas aquella aventura que tuvimos con aquella camarera tan desgarbada del hotel en Mallorca y su amiguita la featona? Sí, ya sé que en cuanto pudiste me dejaste solo con las dos, pero eso seguro que no lo has contado, ni lo del gatillazo, y mucho menos enseñado las fotos.
—Estas cosas me pasan por tener amigos chantajistas: aun así, no pienso acompañarte.
—Que sí, hombre, que sí. Verás: son chicas amenas, escasas de neuronas. Eso sí, hay que ir cargado de cubatas para soportarlas. La más alta es ludópata, así que, si quieres, te la llevas al bingo, con que cante una línea es tu esclava sexual toda la noche, y la otra, con dos cubatas de garrafón va apañada.
—Eso no es una razón suficiente para que sean livianas en asuntos de sexo.
—No te enteras, Contreras: Una tiene dominio de lenguas: francés y griego, aunque sólo sabe decir oui y dracma. A la otra la llaman “La Sorbona”, y no por haber estudiado en la universidad parisina, porque ella no tiene estudios y en cada momento lo demuestra. Nosotros vamos a buscar sexo, y si surge amistad, pues salimos corriendo. Y, claro, elijo yo, que para eso tengo mi técnica. Cuando voy acompañado, las suelo decir: “Oye, chata, ¿ves este cuerpazo serrano que tengo? Pues vente conmigo, que cuando veas a mi amigo te vas a quedar más colgada que mis güevos”.
—¿No me digas que soltando esa grosería ligas?
—Mira, Disco, soy tan chulo que gané un concurso de comer hamburguesas en una hora, y eso que durante los primeros cuarenta y cinco minutos me estuve tirando a la presidenta del jurado. Pero la verdad es que llevo una racha mala, y aunque estén más estropeadas que la cama de la niña del exorcista, como voy a ir muy borracho, no lo notaré.
—¿Y por qué no las dejas que se autoinduzcan ellas solitas sus orgasmos?
—No sabrían. La rubia se pone la compresa al revés, y, aunque está muy depiladita (antes parecía que llevaba entre las piernas una liebre acostada), cuando le hacen la prueba de la alcoholemia, siempre el aparato que le toca a ella lleva en la punta un glande incluido. A la otra nadie le hace caso; pasa más inadvertida que un pedo en un yacusi. Así que obra misericordiosamente con tus prójimas.
— No te puedes imaginar la producción de bilis que produce mi hígado al oírte, mucho más si hago el amor con esas mujeres que me propones.
—Hazme ese favor, Discóbolo, ¿no ves que sólo ligo con cayos malayos? Antes de acercarme a ellas, tengo que respirar hondo y contar hasta el infinito… varias veces. Además, no puedo aspirar a otra cosa con los 540 eurazos que gano al mes por mis doce horitas diarias de curro, y eso que he recorrido cientos de empresas, pero aguanto menos en el curro que tú debajo del agua. Cuando te pones así de duro conmigo, me dan ganas de recurrir a la famosa frase esa de “¿para qué discutir si esto se puede arreglar a hostias?”
—Pulpito, desparece de mi vista y no vuelvas hasta que te hayas convertido en una persona, porque ahora eres un despreciable machista. Y yo también sé decir frases de gente como tú. Ahí va una: “¡Jesús te ama! Todos los demás pensamos que eres un cabronazo”.
—Vale, hasta mañana.
2 comentarios
Discóbolo -
Un beso.
Sakkarah -
Un beso.