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LOS ESCRITOS DE DISCÓBOLO

HOMBRES RUDOS (historia 1)

HOMBRES RUDOS (historia 1)

 

Esto ya no es lo que era. Ya no existen esos hombres rudos de antaño; esos hombres, como “El Burraco” de Cuenca, o como aquel que propinó una paliza a un homosexual y le dejó completamente desnudo en plena calle (se llevó literalmente la ropa), entre el regocijo de los espectadores “machotes”, porque el gay había tenido la osadía de decirle que tenía un buen culito.

 

Y es que el concepto de macho estaba entonces muy arraigado. Cualquier duda ofendía. Esto no quiere decir que no existieran homosexuales, pero el ser macho era un valor muy cotizado. Casi todo se hacía por imposición, desde “la letra con sangre entra” hasta el aprendizaje de cualquier oficio. La prueba de ello son las historias que relato a continuación:

 

 

Jugaba yo en un equipo de fútbol aficionado en Francia, compuesto en su mayoría por españoles, algunos marroquíes de la zona norte de Marruecos, un mexicano que hacía la labor de utillero, al que llamábamos el “Siete Machos”, en relación con la película de Cantinflas y su continuo afirmar su hombría. Nada podía molestarle más que alguna broma pusiera ese atributo en duda. Nuestro entrenador, Miguel, era un hombre de unos cuarenta y

cinco años que tenía muchas cualidades, entre ellas su sentido del humor y un enorme pene que sobrepasaba los 25 cm en estado de reposo.

 

Un domingo, todos de acuerdo, decidió gastarle una broma al mexicano. Rompió el interior del bolsillo del chándal y colocó en él su pene. Al terminar el partido llamó al “Siete Machos” y le pidió, por favor, que le sacara el pañuelo que tenía en el bolsillo ya que él tenía las manos mojadas. El mexicano, muy servicial, metió la mano en el bolsillo del entrenador y le agarró el pene. Nos costó mucho trabajo evitar que golpeara al entrenador, mientras con los ojos desorbitados le profería toda clase de insultos, mientras el bromista

le gritaba:

 

—No es lo que parece…, lo que has cogido es la cabeza de una tortuga que tengo en el bolsillo.

 

El mexicano cogió sus enseres y, entre el sonido de nuestras risas, desapareció a toda prisa. Jamás volvió por el equipo.

 

 

 

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